Caminando hacia el altar sin tu virginidad
... por John Piper


Un joven recientemente me envió esta pregunta por correo electrónico:
Pastor John, quiero proponerle matrimonio a mi novia, y mientras me preparo para ello, me vienen pensamientos de mis errores del pasado a la mente. Pienso en la mujer con la que me acostaba antes de ser salvo, y errores que cometí con mi actual novia con la que, Dios mediante, me casaré. La gente a menudo habla de guardar la pureza para el matrimonio, y lo terrible que es desperdiciar eso. ¿Qué puede decirle a un hombre o una mujer como yo, que lucha con el remordimiento por errores sexuales en el pasado y sus consecuencias actuales en el contexto del matrimonio y el compromiso?

Creo que lo principal que quiero decir es esto: La virginidad es un regalo precioso que no puedes darle a tu prometida, ni ella a ti. Esa es una gran tristeza y una gran pérdida.

Pero hay regalos que puedes darle a ella y, Dios multiplicará esos regalos tan maravillosamente que la pérdida no será destructiva.

Dices que has oído decir, “¡Sálvate sexualmente para el matrimonio y es una cosa terrible de desperdiciar eso!”. Bueno, yo digo que eso es completamente cierto. Eso es exactamente lo que creo que Pablo y Jesús aconsejaría a cualquier virgen: “Huid de la fornicación” (1 Co. 6:18).

Tu cuerpo le pertenece a Dios como una persona soltera, y pertenecerá a tu futuro cónyuge. Sería bueno pensar en 1 Corintios 7:3-4: “El marido debe darle a su mujer el deber conyugal” —que significa el sexo— “y asimismo la mujer a su marido. La esposa no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino el marido. Del mismo modo que el marido no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino la mujer “.

En otras palabras, perteneces a la otra persona y a nadie más. Perteneces a Dios en tu soltería, unido a Él en su cuerpo por el Espíritu. Y perteneces a Dios en el matrimonio, a través de la unión con tu cónyuge. Ese es un regalo bíblico precioso que se debe presentar en el matrimonio.

Ese es un regalo que no tienes para darle a tu futura esposa. Y querrás enseñar a tus hijos a tenerlo.

Así que, ¿cuál es el regalo que sí puedes dar a tu prometida con quien ya has tenido relaciones sexuales? ¿Qué regalo le puedes dar para que Dios se complazca en hacerlo maravilloso e imposible de destruir?

Puedes mirar a tu prometido(a) a los ojos y decirle:

Te he fallado. Le he fallado a Dios. Y estoy profundamente, profundamente apenado. Odio lo que hice. Odio el dolor que nos he causado a los dos. Odio la deshonra que llevé al Señor. Odio la falta de respeto que te mostré al no cuidarte mejor. Y me arrepiento.
Me aparto de ese pecado, y de las fuerzas que me impulsaron hacia él. Lo renuncio. Y me dirijo a Jesucristo, mi Señor y mi Redentor, y recibo de Él Su perdón completo y comprado por la sangre y lo estimo con todo mi corazón.
Tiemblo al pensar en despreciar su sangre ahora. Y por el Espíritu que Él me ha dado, yo resuelvo en Su fuerza nunca, nunca, nunca traicionarlo o dar mi cuerpo a cualquier mujer que no sea mi esposa.
Te ofrezco mi alma y cuerpo perdonado, redimido, y limpio en matrimonio para cuidarte y respetarte y serte fiel. Te invito a esta renovada y redimida unión conmigo. Yo sé que siempre habrá cicatrices y recuerdos. Pero Dios es misericordioso, y en Su tiempo y Su sabiduría hará de estas cicatrices del pecado el emblema de su misericordia y de Su cruz.

Ese es el maravilloso regalo que puedes darle a tu prometida. Y oro para que Dios guarde ese regalo para ambos.

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Traducido por Sandra Merino.

© PorObreros de Jesucristo
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